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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[0951] • JUAN PABLO II (1978-2005) • NECESIDAD DE PROCLAMAR LA SANTIDAD DEL MATRIMONIO, EL VALOR DE LA FAMILIA Y LA INVIOLABILIDAD DE LA VIDA HUMANA

Del Discurso Ci ritroviamo, al Sacro Colegio Cardenalicio, 22 diciembre 1980

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13. El hombre, por encima de toda actividad intelectual o social, por alta que sea, encuentra su desarrollo pleno, su realización integral, su riqueza insustituible en la familia. Aquí, realmente, más que en todo otro campo de su vida, se juega el destino del hombre. Por eso continúa la Iglesia dedicando las atenciones más vivas y diligentes a la magnífica realidad de la familia. Todavía está vivísimo en nuestro corazón de Pastor el recuerdo de las jornadas de la V Asamblea General del Sínodo de los Obispos, dedicadas al gran problema, vital no sólo para la Iglesia, sino también para toda la humanidad. Los problemas que afrontaron los obispos con lúcido realismo y con paterna solicitud, eran muchos, y de ellos se hicieron intérpretes los diversos episcopados, trayendo el eco de las situaciones propias de las varias partes del mundo. El Sínodo, al tratar estos problemas, “se ha movido sobre dos ejes en las intervenciones –tal como resumí en la clausura de la Asamblea–: la fidelidad al plan de Dios acerca de la familia y la ‘praxis’ pastoral, caracterizada por el amor misericordioso y el respeto debido a los hombres, abarcándolos en toda su plenitud, en lo referente a su ‘ser’ y a su ‘vivir’” (25 de octubre). Es decir, se han reafirmado los principios de la ética matrimonial, sobre los que se basa la institución familiar, según los puntos firmes trazados por Pablo VI en su Encíclica Humanae vitae y, al mismo tiempo, se han tenido presentes con corazón de pastores y de padres las dificultades, las ansias y, a veces, los dramas de tantas familias que quieren conservar íntegra su fidelidad al Evangelio y no transgredir las normas eternas de la ética natural ni de la imprescriptible ley de Dios, grabada en el corazón del hombre.

La familia toca hoy el punto quizá más agudo de una crisis sin precedentes, madurada con la confluencia de las diversas mentalidades permisivas y de teorías que, en nombre de una presunta autonomía del hombre, vienen a negar la misión confiada al hombre mismo por Dios creador, en el plan originario de la comunicación de la vida (Cfr. Gén 1, 28): he tratado de ilustrar este plan lo más completamente posible en el curso de todo el año, ya desde el verano de 1979, precisamente con miras a la celebración del Sínodo y en el marco de su planteamiento doctrinal. La ley de Dios no mortifica al hombre, sino que lo exalta y lo llama a la extraordinaria cooperación con Él en la misión y en el gozo de la paternidad y de la maternidad responsables. Frente al desprecio del valor supremo de la vida, por el que se llega a convalidar la supresión del ser humano en el seno materno; frente a las disgregaciones actuales de la unidad familiar, única garantía para la formación completa de los niños y de los jóvenes; frente a la desvalorización del amor límpido y puro; frente al desenfrenado hedonismo, a la difusión de la pornografía, es necesario proclamar muy alto la santidad del matrimonio, el valor de la familia, la inviolabilidad de la vida humana. No me cansaré jamás de cumplir ésta que considero misión inaplazable, aprovechando los viajes, los encuentros, las audiencias, los mensajes a personas, instituciones, asociaciones o consultorios que se preocupan por el futuro de la familia y la hacen objeto de estudio y de acción. Una vez más, con las palabras de la oración escrita con ocasión del Sínodo, pido a Dios que “el amor, corroborado por la gracia del sacramento del matrimonio, se demuestre más fuerte que cualquier debilidad y cualquier crisis por las que, a veces, pasan nuestras familias...: por intercesión de la Sagrada Familia de Nazaret, que la Iglesia en todas las naciones de la tierra pueda cumplir fructíferamente su misión en la familia y por medio de la familia”.

[Enseñanzas 8, 910-911]